Existen distintas razones por las que nuestro perro puede denotar una determinada agresividad con otras personas o incluso con nosotros mismos. Por norma general, estas razones son el miedo (artículo sobre perro con miedo) y la necesidad de dominar el entorno en el que se encuentra. No obstante también existen casos en los que el perro es tan solo agresivo con sus propios dueños, pero antes de recurrir al abandono o a la eutanasia como suele suceder en estos casos, debemos analizar la situación y averiguar dónde está la razón de este comportamiento, ya que en muchas ocasiones se basa en los propios dueños.
En qué nos hemos equivocado
Una de las razones por las que nuestro perro puede tener un comportamiento agresivo es por su competitividad. Por ejemplo, si le quitamos la comida o los juguetes, si lo movemos de un lugar donde se encuentra cómodo, etcétera puede crear una molestia ya que está perdiendo algo que para él es valioso.
Por otra parte también existen momentos en los que prefiere que no lo acariciemos, y si lo hacemos se siente molesto y llega a expresarse al igual que nos ocurre a los humanos.
Por otra parte existen otras circunstancias como forzarlo a salir o entrar a un lugar determinado así como cepillar su cuerpo, bañarlo, cuidar una herida, poner la correa, poner bozal, etcétera.
Otras razones por las que el dueño puede verse implicado en este tipo de comportamiento es no administrar bien los castigos. Es posible que estemos siendo excesivamente estrictos, realicemos castigos demasiado duros, práctica de ejercicio a horas incómodas o muy largos, órdenes que se contradicen, etcétera.
Un buen ejemplo de estas situaciones es cuando un miembro de la familia no le deja subirse a un determinado sofá pero otro miembro de la misma familia sí se lo permite. Esto crea confusión dando lugar a falsas expectativas con lo que acaba frustrándose y teniendo un comportamiento violento en el caso de que se le niegue este placer.
Cómo proceder con un perro violento
Lo último que debemos pensar en estos casos es en deshacernos del animal, ya que debemos tener en cuenta que un mal comportamiento no significa que no nos quiera ni que no nos valore, además de que sigue dependiendo de nosotros, por lo que es nuestra responsabilidad hacer todo lo posible por solucionarlo.
No obstante existen casos donde puede haber niños o ancianos en la casa con el riesgo que ello conlleva, por lo que debemos analizar en primer lugar llevarlo al veterinario para poder descartar posibles enfermedades, alteraciones hormonales o tumores o incluso si un fármaco concreto que se le administra no actúa convenientemente.
En el caso de que no sean éstos los problemas, nuestro objetivo sería en primer lugar el comportamiento de la familia para posteriormente corregir el del animal. Esto significa que deberemos actuar con la mascota de forma correcta, acabando con las órdenes contrapuestas y dejando muy claras las normas.
En este caso debe actuar toda la familia, y si se toma la decisión por ejemplo de que no puede subir a un sofá, todos deberán acatar dicha orden, desde el más joven al más viejo de la casa.
Por otra parte, el cambio será evidentemente difícil, pero para ello debemos utilizar refuerzos positivos, es decir, premiaremos a nuestro amigo cada vez que se porte bien (artículo sobre cuando premiar al perro).
En el caso de no conseguir solucionar el problema o que estos inconvenientes se deban a otros factores distintos a la familia, se puede proceder a recetar psicofármacos e incluso la castración, aunque hay que tener en cuenta que este segundo no es tan eficaz como se suele pensar.
Y sobre todo debemos tener muy claro que se trata de nuestro amigo, por lo que siempre buscaremos toda la ayuda posible para solucionar el problema antes de deshacernos de él como si se tratase de un trapo viejo.