Nuestro héroe nació en Suiza en el año 1800 y se dice que rescató a más de cuarenta personas a lo largo de sus catorce años de vida. Vivía en el famoso Hospicio de San Bernardo, en un paso suizo a más de 2000 metros de altura, donde muchos viajeros se dirigían desde y hacia Italia, y en el que es muy común que los caminantes se extravíen en la nieve y sean víctimas de aludes y avalanchas.
Los monjes de este hospicio han utilizado los perros con fines de salvamento ya desde el siglo XVII, y han sido protagonistas en el desarrollo de la raza San Bernardo como la conocemos hoy en día. Dedicado al auxilio de los viajeros, Barry creció en el criadero del convento en estas altas cumbres. Fue adiestrado por el padre Luis, su compañero y maestro, quien supo apreciar desde el primer momento la habilidad y sensibilidad especiales de este inteligentísimo perro, que se ha convertido en un símbolo de los perros de rescate.
El nombre Barry significa ‘osito’ en dialecto bernés y, tras una vida ejemplar su nombre se ha utilizado hasta nuestros días para nombrar al más bello de cada generación de perros del hospicio.
Cuentan que Barry era capaz de detectar con sus finos sentidos a una persona en peligro a gran distancia, y que en cuanto percibía que alguien necesitaba de su ayuda salía inmediatamente, sin que nadie pudiese impedírselo, al rescate de los desamparados viajeros. Tenía un carácter muy particular y no le gustaba trabajar acompañado, aunque su adiestrador lo utilizaba habitualmente como líder de la manada. Tras el fallecimiento del padre Luis, se dice que Barry nunca volvió a ser el mismo, y que su carácter se hizo aun más reservado, paseando siempre atento y concentrado por las altas montañas, a la espera de algún desventurado caminante que pudiera necesitar de su ayuda.
Uno de sus rescates más famosos fue el de un niño muy pequeño que yacía junto a su madre bajo varios metros de nieve. Esta hazaña está representada en un monumento especialmente erigido en su nombre en el cementerio de perros de París.
Dos años antes de su muerte, Barry fue llevado a Berna, la capital de Suiza, donde vivió siendo ya famoso y admirado por todos. Su cuerpo fue embalsamado y donado al museo de Historia Natural.
Aunque en nuestros días se prefieren perros más livianos para las labores de salvamento, la fundación que lleva su nombre es actualmente la propietaria del criadero del hospicio, y guarda para las generaciones venideras el recuerdo de la gran entrega y espíritu de servicio de Barry, el rescatador de los Alpes.